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betty sevilla

Niñez


Niñez

despiértame en el amor
deja que retoce en tu seno
¡recuérdame quién soy!

Levanto las manos
de pronto
me veo
en medio de un baile
entonces niña,
ya adulta,
en pleno juego
ensayando la felicidad
del movimiento
acompasando melodías
investigando
sonidos del viento,
sin sospechas
de fracasos ni de riesgos,
en pleno vuelo
desplegado todo el ser
deslumbrado
por el ritmo
de lo que llamamos
tiempo.

 


¿Quién no lleva una imagen infantil en su alma?

Un niño en una foto guardada como tesoro en la billetera, en el bolso, recuerda lo esencial
de la vida, lo único que da sentido a trabajos y desvelos.
Sólo una imagen infantil, tal vez casi transparente en el recuerdo, puede hacer la luz, acercar tibieza,
encender una llama en el pecho para orientar en la neblina, en el fragor de batallas cotidianas.

La infancia, su recuerdo, tiene una presencia permanente en nuestras vidas. Niñas, niños que permanecen en nuestras conciencias para recordar la ingenuidad, los sentimientos primigenios, aquellos que la educación y la cultura no han terminado de "pulir".
Su ternura así como la secuela de los desgarros sufridos por la violencia y el desamor, marcan los senderos que seguirán nuestros pasos, de un modo sutil y persistente.

Los mensajes que conmueven lo mas hondo del alma recurren a esta etapa de nuestra vida. Marcan el contraste las niñas y niños amados y aquellos sometidos a guerras, a obligaciones de adultos, utilizados como objetos de cambio y explotación que constituyen el indicador más certero de la perversión y de la autodestrucción de la condición humana.

Es la infancia el recuerdo incontrastable en un presente que obliga al compromiso, al cuidado,
a la protección del nido, si es cierto que el amor no ha abandonado nuestro cuerpo para dejarlo estéril, frío, insensible ante la vida.

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